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El liderazgo consciente


Phil Jackson

Phil Jackson, el mejor entrenador de la historia de la NBA. Ganó seis anillos de campeón con los Chicago Bulls de Michael Jordan y otros cinco con Los Ángeles Lakers de Kobe Bryant. ¿Casi nada, verdad? Durante su etapa como jugador, también conquistó otros dos anillos con los New York Nicks. Y ya como técnico, junto a su amigo Tex Winter, desarrolló el famoso triángulo ofensivo que revolucionó la táctica en el baloncesto. Pero si se le conoce como el Maestro Zen es por su liderazgo consciente de equipos, en el que integraba la meditación, el budismo y otras tradiciones espirituales como las de los indios nativos americanos.

Deja el ego en el banquillo

Mientras que muchos entrenadores intentan liderar imponiendo su voluntad a los jugadores, Jackson descubrió que, cuanto más intentaba ejercer el poder directamente, menos poderoso era. Así que apostó por crear un entorno en el que todos pudieran desempeñar el papel de líder en algún momento, desde el último rookie hasta la superestrella del equipo. “Si tu objetivo es llevar al equipo a un estado de armonía o unidad, no tiene sentido que impongas rígidamente tu autoridad”, decía.

El camino a la libertad es un excelente sistema

La escuela de entrenadores está llena de fanáticos del control. Jackson, en cambio, era partidario de la ‘no acción’, pues defendía que el sistema que forma un equipo, si el entrenador lo había dotado de una estructura clara y definida, se acaba autorregulando de forma natural en la mayoría de los casos. Por eso, en los descansos de muchos partidos, especialmente si iban perdiendo, optaba por no intervenir ni corregir nada, dejando el protagonismo a sus jugadores para que fueran ellos quienes discutieran sobre lo que estaba yendo mal.

Y es que, según Jackson, demasiadas normas reducen la libertad, la responsabilidad y la espontaneidad y absorben la energía del grupo. “Si impones muchas restricciones, los jugadores gastan mucha energía en intentar escapar del sistema”, afirmaba.

Sacraliza lo mundano

Jackson entendía que, comparado con otras cosas, jugar al baloncesto era un práctica carente de importancia, así que había que dotarla de un carácter sagrado para que sus jugadores sintieran que, cuando saltaban a la cancha, estaban haciendo algo realmente trascendente.

Creía que todo equipo debía tener sus propios rituales, porque reducían el estrés, aumentaban la confianza y unían al grupo. Por eso, tocaba el tambor cuando quería reunir a sus jugadores en la ‘sala tribal’, que es como llamaba a la sala de vídeo, que él mismo había decorado con varios totems indios. O agitaba, un palo de salvia encendido, en el vestuario, para purificarlo después de alguna derrota especialmente dolorosa.

Las sesiones de meditación, la música de Queen, Jimmy Hendrix o Talking Heads, entre otros, o fragmentos de películas como El Mago de Oz o Pulp Fiction, para motivar a sus jugadores antes de los partidos, eran otros clásicos del método Jackson.


Una respiración, una mente

Como ya hemos dicho, Phil Jackson introdujo la meditación en sus equipos. Primero en los entrenamientos y, más tarde, antes de los partidos. Descubrió que tener a los jugadores sentados en silencio, respirando juntos en sincronía, les ayudaba a conectarse entre sí de una forma mucho más efectiva que con las palabras. Al principio, la mayoría se tomó esta práctica a broma pero, con el tiempo, acabaron pidiéndole a su entrenador que les aconsejara sobre cómo incorporar el mindfullness a su vida cotidiana.

A veces, hay que sacar el garrote

Igual que el maestro zen utiliza una vara para mantener a sus alumnos despiertos durante la meditación, de vez en cuando, Jackson también sacaba el garrote para mantener a sus jugadores alerta y enfocados.

Igual que el maestro zen utiliza una vara para mantener a sus alumnos despiertos durante la meditación, de vez en cuando, Jackson también sacaba el garrote para mantener a sus jugadores alerta y enfocados. Hacerles entrenar en silencio o con las luces del pabellón apagadas o fichar jugadores con perfiles disruptivos y complicados como Dennis Rodman eran algunos de sus métodos para, como él mismo decía, “agitar un poco las cosas” y evitar que el equipo se acomodase en el éxito.

También utilizaba la visualización para preparar los partidos, como por ejemplo, cuando los Lakers jugaron unas finales de los play-off contra Philadelpia. Jackson le pidió entonces al escolta Tyronn Lue que jugara, se comportara e incluso se vistiera como Allen Iverson (¿os acordáis de la media que lucía en su brazo derecho?) durante los entrenamientos, para dotarlos del máximo realismo y hacer que sus jugadores sintieran que se estaban enfrentando a la estrella de los Sixers.

Deja que el jugador descubra su propio destino

Jackson creía que, si quería que sus jugadores se comportasen de otra manera, debía servirles de fuente de inspiración para que cambiaran por sí mismos. Él nunca los vio como máquinas de jugar a baloncesto, sino como seres humanos completos, y a cada uno de ellos les empujaba a descubrir sus motivaciones, explotar sus cualidades y a construir su rol dentro del equipo.

Cada año, regalaba a cada jugador un libro que creía que podía ayudarle en su crecimiento personal. Y les hacía asistir charlas impartidas por profesionales de distintos ámbitos para que descubrieran cómo podían afrontarse los problemas desde diferentes perspectivas. Así, por los entrenamientos pasaron maestros de tai-chi y de yoga, un nutricionista, un funcionario de prisiones y hasta un detective privado para compartir sus experiencias con el equipo. Y, cuando jugaban en una ciudad cercana, Jackson los metía a todos en un autobús para que viesen cómo era el mundo más allá de la sala de espera de los aeropuertos.

Olvídate del anillo

Phil Jackson decía que “obsesionarse con ganar es el juego de los perdedores”. Que a lo máximo que puede aspirar un entrenador es a construir un equipo, rodearlo de las mejores condiciones posibles para el triunfo y atenerse al resultado. Eso es justo lo que hizo en los Bulls y los Lakers. Cohesionar un grupo de jugadores, equilibrando sus egos y haciendo que trabajasen todos juntos con un único propósito: jugar el mejor baloncesto de sus vidas. Y convertir a Jordan y Bryant en dos de los mejores de todos los tiempos, convenciéndolos de que ellos solos no podían ganar campeonatos y que debían respetar y confiar en sus compañeros si querían que el resto del equipo les siguiese hasta la victoria.


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